Mercedes.
No sé qué hay en tu interior
que me llama cada tanto.
¿Será la fría nostalgia de tus calles de tierra,
el humo peregrino de una fábrica cerrada,
el lejano recuerdo de la ingenuidad adolecente?
¿Será la excusa mínima para huir de tus garras,
las tardes sin final en una vieja bicicleta?
¿Los secretos no contados de mi familia reservada,
mis hermanos, mis amigos,
las mentiras de mi padre o
los silencios de mi madre?
La ciudad crece,
la gente se llena de chatarra,
de sueños cortos,
de miradas bajas.
Hay una respuesta debajo de una piedra,
que quizás esté en un arroyo,
en un camino,
o en un viejo durmiente del Belgrano G.
Lo busco y no lo encuentro.
Todo en la ciudad de mi infancia me es ajeno,
me siento incómodo.
Pienso una y mil veces antes de ir,
aunque este viernes, confundido y engañado,
ya estoy en camino.
Veo tus calles desde la hendija abierta de un furgón
oxidado.
Mercedes lejana, otra vez.
Otra vez no sé si lo encontraré.
Otra vez no sé a dónde me lleva este tren;
pero querida Mercedes
quiero ser yo quien llegue.
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