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viernes, 7 de junio de 2024

Aquel amanecer

 

Poco convencional fue mi noche allá en lo alto.  

Mis fuerzas se extinguieron bajo el firmamento repleto de estrellas en la noche más perfecta del mundo: helada, sin nubes y en oscuridad absoluta. Esa noche en el puente, me prestó a las infinitas estrellas para que sean la última imagen que quedara en mi memoria antes de caer rendido. 

 

Las primeras muestras de luz vinieron desde el este, adonde apuntaban mis pies. Las cuerdas que amarraban la hamaca paraguaya estaban atadas a las barandas de un estribo. Abajo, muy abajo, marchaban los buques por el Paraná Guazú. 

Un tero tempranero campaneaba el comienzo de un día que prometía mostrar las pinceladas más azules que un pintor haya conseguido en su paleta.

Mis ojos comenzaban a abrirse con la claridad del día, adivinando ahora el paisaje que me había rodeado en la oscuridad. Al costado crujían los rieles sobre una capa espesa de piedra, madera y grasa.  Estaba todo tan escarchado como mis dedos o mis orejas.

De repente, la bola amarilla comenzó a salir del fondo de la llanura con un sinfín de aves que revoloteaban el lugar. Hipnotizado por la luz dorada me quedé mirando al horizonte mientras la silueta redonda de febo iba subiendo por la estructura, después la vía y finalmente despegaba como un cometa sin riendas hacia lo alto del horizonte rojizo.

Mochila al hombro retomé el sendero. Aunque la sensación corporal, las imágenes y emociones que estuvieron ahí presentes no son fáciles de cristalizar en un relato, seguí caminando sin apuro a la espera de ser alcanzado por esa sensación de inmensidad que vi nacer ahí en el puente.

 

 

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