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martes, 26 de diciembre de 2023

Pudor


Corría el verano del 96 cuando me encontraba en Rosario con mis hermanas visitando a mis abuelos. En aquel momento tenía 12 años y vivíamos en Mercedes.

Con un amigo con quien compartíamos el gusto por las herramientas nos pasábamos toda la tarde en el taller del abuelo cortando y pegando maderas, uniendo machos con tuercas, derritiendo plomadas de pesca y soldando cachivaches con ruedas para las carreras. Una buena tarde, buscando algo en lo alto de una estantería aparecieron unas cajas de sidra llenas de revistas. Había varios ejemplares de la revista Tornería popular y más abajo estaban las otras. 
 
Habíamos descubierto algo. 
 
El calor santafesino apremiaba ese enero y buscando un poco de aire nos metimos con mi hermana y mi abuela en una esquina que vendía millones de libros viejos y usados. Yo era más de las herramientas que de los libros, entonces caminaba sin rumbo entre los pasillos hasta que en un rincón del entrepiso divisé la sección de adultos. Había miles de revistas medio viejas a 1 peso criollo. Bajé a sumarme a la charla con el librero y que me conociera porque tenía pensado volver.
 
El hallazgo de las revistas en el taller lo habíamos compartido con el resto de los pibes y se habían hecho conocidas. Las alquilábamos en la escuela en las clases de gimnasia para verlas en casa. Pero después de un rato ya no tenían mucha gracia y enseguida nos pedían nuevas. 
 
Al salir de la librería me metí en un locutorio para llamar a facu, le dije que había encontrado un lugar adonde vendían porno barato y que podríamos revender en Mercedes y que había juntado 60 pesos de regalos de mis tíos que podía usar para eso.
 
Mi vieja me había encargado llevar unos chocolates de la confitería Royal entonces, el día antes de volvernos, le dije a mi abuela que iba a buscar eso al centro y a dar una vuelta. Fui directo a la vieja librería con una mochila casi vacía y le conté mi plan al librero, que se largó a reír y me llevó a otro altillo más escondido adonde también había videos.
 
Contento, alerta, apurado, llené la mochila a tope con todo lo que me alcanzó entre revistas y VHS y me fui a la Royal. 
 
Entré a comprar los bombones y cuando estaba revisando la góndola aparece mi abuelo que también había venido a comprar unos chocolates. Inmediatamente recordé que en la entrada no tenía más monedas para dejar la mochila en el casillero y entré diciéndole al custodia que no tendría problemas en mostrarle el bolso a la salida. Pero ahora el panorama había cambiado. 
 
Pagamos todos los chocolates y nos dirigimos a la puerta. Temblaba al ver que se acercaba el señor de bigote grueso haciéndome seña para abrir la mochila, pero mi abuelo algo molesto le dice: ¡Horacio, no le va a hacer abrir la mochila al chico, imagínese si está llena de revistas porno!
 
Ellos se rieron y salimos en silencio. 

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