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domingo, 20 de agosto de 2023

Charlas en el castillo abandonado

Para celebrar el fin de año me fui al castillo abandonado de San Francisco con los loquitos de la maceta: JN y sus siempre sabios consejos, Riongo y sus alegres payasadas y Joey Passero con su música estridente.
El castillo es una mansión que se terminó de construir en 1930 y nunca tuvo mucha ocupación humana. Funcionó para lo que la habían construido poco tiempo y después dio asilo a los niños sin hogar otro breve período. Los finales, en cada caso, están repletos de historias trágicas, con suculentos banquetes abandonados sobre la mesa o niños endemoniados matando a golpes a sus cuidadores.

Hoy esta mansión aguarda pesada, solemne e inmensa en el interior de un pequeño monte a que vengan los aventureros buscadores de anécdotas a recorrer sus habitaciones destruidas. Esos somos nosotros. 
Mientras yo me recupero del golpe de calor del día anterior echado bajo un árbol y tomando sorbos de agua, los passeros entablan falsas amistades con las palomas “de convento” que gobiernan la soledad del castillo.  
A lo lejos siento el ronroneo de un motor diésel que se acerca: una nueva visita que viene a tomar fotos. Es una parejita que hace su recorrido como todos, pero al verme, se acercan preguntándome si pueden regresar a la noche para sacar más fotos. Claro! Le digo a la chica, observando que tenía fija la mirada en la llave que llevo en el pecho.
Yo no soy de acá, pero estoy desde anoche en la carpa que está en el frente y no hay problema, nadie te dice nada.
Se marcharon y dudé que volvieran cuando la luna tome la posta de febo. Siendo de día y todo, no se habían animado a entrar más allá de la sala principal.
Hago mi recorrido nocturno por las habitaciones en solitario porque a mis amiguitos paseriformes no le gustan esas aventuras a la hora de la noche, y cuando estoy en la torre del tercer piso recuerdo la mirada de la chica y dejo la llave ahí arriba.
Bajo. Ceno unos sanguches que heredé de unos visitantes y me acuesto a dormir a eso de las 12:30 am.
Una hora más tarde me despierto con el mismo ronroneo del motor del mediodía. ¡Parece que tenemos visitas! Salgo de la carpa sin intenciones de asustar a los invitados, pero dada la situación, y mi aspecto de varios días sin bañarme, la chica pega un grito despavorido cuando me asomo con el farol de vela construido con una botella.
La nueva compañera, me asegura rotundamente que estoy enfermo. -Debés estar “calzado”,  o algo así… sino es imposible que te quedes solo en esta casa.
Empiezo a reírme lentamente, los acompaño en el safari fotográfico que hacen rodeando la construcción y cuando terminamos digo: ahora empecemos con lo de adentro. Ella no dice nada, está buscando compañía para entrar y sacar unas fotos que lucirá orgullosa en su trabajo. Su pareja nos espera en el auto.
Charlamos un rato en los escalones de la entrada. Me doy cuenta que tiene el desafío personal de poder entrar de noche al castillo así que trato de entusiasmarla y de borrarle los recuerdos hollywoodenses de películas de terror. Finalmente le digo: Voy a buscar unas naranjas a la carpa para brindar cuando vuelvas, en la torre del tercer piso está “la llave”, si me hacés el favor de bajarla te lo agradezco. Le dejo el farol y me voy dejándola sola.
A los quince minutos su pareja se asoma a la carpa a ver qué pasa que su novia no vuelve. ¡No sé! ¿Querés ir a buscarla? Se le debe haber apagado la vela, porque no veo el resplandor del farol por ninguna parte.
-No, está bien. La espero en el auto.
A los 20 minutos, temo que se haya entretenido hablando con algún espectro imaginario y voy a buscarla. Nada por aquí, nada por allá.
Subo al primer piso haciendo un poco más del ruido normal para no asustarla cuando me vea, pero nada… Hago lo mismo para el segundo y atravesando la última sala antes de la torre la veo acostada en la carga de la cornisa mirando la bóveda celeste infinitamente llena de estrellas. La llamo desde unos metros y cuando se incorpora me sobresaltan los tatuajes macabros que tenía en sus brazos, ahora descubiertos por el calor de la adrenalina.
¿Llegaste bien? Pregunto.
-¿Me podés decir que hacés acá?
Estoy de vacaciones, y me divierten estas cosas. ¿Encontraste la llave?
-Si, está colgada. No la quise ni tocar. Esa llave me da miedo.
¿Miedo de qué?
-Si pudieras hacerle una sola pregunta a Dios, ¿qué le preguntarías?
¿Qué? ¿Fumaste algo?
-…
¿Para vos existe Dios? ¿O querés justificar una respuesta existencial de la boca del todopoderoso?
-El Dios que quieras, ¿qué le preguntarías?
Mmmm, no sé. Nunca lo había pensado, creo que soy demasiado terrenal. Me conformo con encontrar respuestas en la tierra.
-Pero no todo tiene respuesta, la ciencia no explica todo.
No, todavía no. A veces charlo con unos amigos paseriformes pero no de cosas relevantes para los humanos.
-¿No te interesa saber cuándo vas a morir?
La verdad que no.
-¿Y los porqué de las cosas?
…¿Vos qué le preguntarías?
-¿Qué significa la vida?¿A dónde marchan las almas cuando dormimos, con quién se juntan?. ¿Por qué morimos, o por qué vivimos? ¿Qué hay más allá de la vista? ¿Quién es el jefe de tránsito de los movimientos que marcan nuestro destino?
¿Y por qué venís a este castillo a buscar esas respuestas? Acá no hay vida, sólo una construcción abandonada y un ateo jugando al jorobado de las campanas.
-Mmmm. Me da curiosidad por qué estás acá.
Mirá querida, no sé qué tipo de pensamientos extraños pasan por tu cabeza, pero estamos en una mansión abandonada, sólo eso. Si venías a hacerle preguntas a la casa, dudo que te vayas con alguna respuesta. Quizás deberías bajar un poco a la tierra. Dejar de mirar las cosas que te hacen daño y evitar tener pensamientos tan rebuscados, relajarte más y dejar que las cosas ocurran. ¿No te parece?
-Jamás. Sospecho que me estás ocultando algo. Lo sé desde que vi esa llave. Soñé muchas veces con ella.

Voy a buscar la llave que había dejado colgando y se la dejo en su mano. Es un regalo, te va a ayudar entonces con tus respuestas.
Bajo solo y sin el farol. El novio de mi compañera se ha ido, supongo que esa pareja jamás progresaría. Camino hasta la carpa con la primera pregunta que me había hecho. ¿Qué le preguntaría a Dios? Me acuesto con esa idea dando vueltas. ¿A qué cosa no le veo ni remotamente el porqué de sus porqués? Cierro los ojos con los últimos pasos que se alejan no sé dónde en busca de respuestas.
A la mañana siguiente me despiertan los gorriones tempraneros para seguir inspeccionando la zona. Tengo la cabeza que gira a mil revoluciones, volví a tener fiebre por la falta de agua y el sol achicharrante. Tal vez había estado alucinando toda la noche. La llave colgaba del cierre de la carpa.
¿Qué le preguntaría a Dios?
El cielo se cubre de nubes, el sol se apaga, el agua se evapora ¿Y si le pregunto qué pasa por la cabeza de mi padre? ¿Tendrá Dios una respuesta?
Subo corriendo a la torre y en el lugar adonde había estado recostada queda una notita donde dice: "No te detengas, no reprimas tus preguntas y revuelve todas las piedras del mundo hasta que encuentres lo que buscas".
Firma: helenita.


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