Corría el verano del 96 cuando me encontraba en Rosario con mis hermanas visitando a mis abuelos. En aquel momento tenía 12 años y vivíamos en Mercedes.
Con un amigo con quien compartíamos el gusto por las herramientas nos pasábamos toda la tarde en el taller del abuelo cortando y pegando maderas, uniendo machos con tuercas, derritiendo plomadas de pesca y soldando cachivaches con ruedas para las carreras. Una buena tarde, buscando algo en lo alto de una estantería aparecieron unas cajas de sidra llenas de revistas. Había varios ejemplares de la revista Tornería popular y más abajo estaban las otras.
Habíamos descubierto algo.