Me terminaba de atar los cordones de
las botas número cuarenta y seis y medio en la calurosa tarde del 21 de
diciembre cuando a más de 100 kilómetros mis amigos reunidos se preguntaban qué
le estará pasando a charlie en este momento.
Me estaba por ir unos días de
mochilero y por eso osaba en probarme los borceguís de suela muy dura y felpa
muy abrigada en esta época del año.
La avenida Corrientes en la esquina
de Pueyrredón explotaba de gente: comerciantes malhumorados por la falta de
electricidad, kiosqueros que habían salvado el año vendiendo gaseosas inmersos
en la ola de calor, regateadores de precios que entraban y salían de cuanto
negocio había, y también estaban los manteros. Los manteros, o como se los
quiera llamar, son unos señores de cara muy seria que hablan poco español y
venden imitaciones de anteojos usurpando buena parte de las veredas. La gente
se detiene a ver qué tienen de nuevo, entorpeciendo aún más el elevado tránsito
de fin de año y dándole lugar a los pungas a que se hagan de varios teléfonos y
billeteras.
Por esa vereda y con la única
intención de recordar cómo era caminar en esas naves espaciales venía yo con mi
mochila.