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domingo, 25 de agosto de 2019

Notitas


En aquel momento estar en la cárcel era distinto. A la cárcel iban todos los guerreros cuando terminaba una contienda a cumplir la condena de valor que había impuesto el Rey que cambió nuestra existencia. Hacía poco había terminado la guerra más grande que tuvo la Argentina y dentro del pabellón 4 del penal de Rauch nos encontrábamos los soldados díscolos que habíamos llevado la batalla al desenlace.

Habían desaparecido las dos terceras partes de la escasa población que siempre tuvo nuestro país. Tres años atrás habían venido a llevarse la sal y quien gobernaba esta tierra simplemente dijo no, dos inofensivas letras que dieron lugar a la guerra más larga y desigual de nuestra historia.
El censo post combate había arrojado un hombre por cada 16 muchachas. A las mujeres les permitían ir a los tinglados del pabellón a dejar notitas que arrojaban al comedor comunitario en el horario de almuerzo. Las notitas iban en papeles chiquitos y la creatividad era clave a primera vista. La mayoría ponía un nombre mixto entre real y de fantasía con un teléfono. Los papeles brillantes se veían rápido, pero corrían el riesgo de ser filtrados por el personal. Algunos tenían dibujos adicionales que atrajeran la atención. Las fotos habían desaparecido. 

Para el primer turno de comida del jueves había enormes colas. La mayoría de los que pronto saldríamos en libertad trabajábamos los fines de semana en el taller de boggies y ese era el último almuerzo en el predio. Desde adentro desconocíamos los pormenores de lo que sucedía allá afuera, a pesar de que varios ya teníamos la libertad condicional para salir, la jornada era extenuante y estábamos concentrados en juntar un dinero para rearmar nuestra vida. La economía se había vuelto muy elemental pero el consenso, el buen ánimo y la ilusión de futuro estaban en el aire, habíamos aprendido la lección. 

Ese mediodía del jueves 26 de mayo estaba despejado después de muchos días de lluvia intensa. Ninguno de nosotros fue con ansias al comedor porque la lluvia había restringido el acceso al penal. Pero siempre alguna notita había. Con la sirena de inicio del turno vi caer algunos papelitos, varias notitas coloridas que planeaban relucientes hasta el suelo y una rezagada que cayó más velozmente. Era un cuadradito autoadhesivo completo, de esos que se veían antes en las oficinas. Tenía restos del óxido del tinglado donde se notaba que había pasado apretado por la reja. Me acerqué a levantarlo y vi enseguida y sin creerlo los detalles de la vida, los que había dejado atrás cuando cargué orgullosamente el rifle de combate. En el primer papelito había un chunito discreto, sonriente. Poca gente los había visto alguna vez entre los árboles. Sentí latir mi corazón después de años. Llevaba paraguas, era precavido. El segundo papel tenía dibujado a mano un tintico con la dirección del parque de la ciudad y finalmente, calado en el resto del bloque había un cospel para el ferrocarril que iba a la ciudad. 

La tarde siguiente fue lo que hoy se conmemora como el día de la libertad. 
 
Podés escuchar este cuento aquí

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